En nuestra cultura judeo-cristiana, la festividad de la Candelaria conmemora la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén. Según la tradición, las madres habían de esperar cuarenta días de purificación tras el parto para poder presentar el recién nacido a las autoridades religiosas. El 2 de febrero señala así, los cuarenta días (cuarentena) de purificación de María.
Sin embargo, como la mayoría de celebraciones que el cristianismo tomó y conservó hasta nuestros días, el origen de esta festividad se remonta muy atrás en el tiempo. En este artículo, te invitamos a descubrir más sobre la Candelaria en este extracto del libro de Marianna García Legar «La Rueda de Izpania. Fiestas ancestrales de la Tierra y espiritualidad matrística en la península ibérica». Para saber más sobre este maravilloso libro, sigue este enlace.
Febrero: Imbolg o la Candelaria
«Para nuestros ancestros el 2 de febrero daba comienzo la primavera con el segundo Festival del Reino de la Noche, situado justo en la mitad del mismo.
En lo externo ese día coincide con el momento más frío del invierno, pero la fiesta nos dice que las apariencias engañan pues también florecen los almendros, los osos del Pirineo salen de su hibernación y los lobos entran en celo. Todos estos son los aspectos que anuncia y celebra el 2 de febrero. Aunque estos procesos aún estén ocultos a la vista, la celebración subraya el concepto rector base de nuestros antepasados: todos los fenómenos comienzan en la oscuridad no visible del vientre de la Tierra.
El Niño Sol nacido en el pasado solsticio invernal -ese bebé que, dada su fragilidad, tuvo que ser escondido en Egipto para ser preservado- en febrero ya se ha fortalecido, está de regreso y ha hecho germinar las semillas bajo la tierra helada. Han pasado cuarenta días desde el nacimiento del Sol y la Tierra cumple su cuarentena. Los dos temas centrales del festival son el retorno de las energías fértiles de la Tierra y el anuncio de que se acerca el comienzo de un nuevo ciclo de trabajos agrícolas.
Recordemos que, según la Rueda, los vínculos entre la tribu y la Tierra caducaban en Samaín, momento a partir del cual la comunidad ya no podía recoger nada de la Tierra. El anuncio de un nuevo ciclo agrícola que permitirá a la Tribu volver a interaccionar con la Tierra manifestaba un aspecto benévolo de la Tierra, que fue personificado en varios arquetipos femeninos que hacen de febrero el mes de la divinidad femenina por excelencia. Por ello en la espiritualidad femenina contemporánea, la celebración ha sido considerada como el momento adecuado para presentarse ante la diosa para tomar votos o para renovar ante ella los compromisos para el año venidero. Así es como febrero nos trae varios arquetipos sagrados femeninos a los que hemos estado culturalmente vinculados: Artemisa, Brigit, Juno, María Mgdalena, la VIrgen María, La Virgen Negra y Perséfone.
Juno fue la gran diosa madre romana, que derivó de una gran madre neolítica etrusca de nombre Uni. La etimología de ambos nombres está vinculada al término sánscrito Ioni, que significa «útero, vulva o vagina». Fue una sola diosa con docenas de manifestaciones, cada una con un nombre y función propios. Bajo el aspecto de Juno Februata o Juno Februa -que regía el amor erótico manifestado como la calentura o fiebre sexual que llega con la primavera- dio nombre al mes de febrero.
2 de febrero: Imbolg y la diosa Brigit
Imbolg es el festival de Brigit, la triple diosa irlandesa vinculada al fuego en todas sus dimensiones. Este arquetipo rige la sanación, la inspiración poética y la herrería y enseña que los procesos creativos internos son análogos a los procesos orgánicos de la naturaleza.
El regreso del Sol en Candelaria propicia el resurgir de la vida, y al mismo tiempo nutre la inspiración necesaria para la creación. Por ello Brigit también simboliza la chispa interna que nos inspira a escribir poesía o a descubrir qué remedio puede curar una dolencia.
Brigit pertenece a una época prepatriarcal en la que los irlandeses adoraban a la gran madre antes que a dioses. Más tarde fue adoptada y transformada en la diosa Tierra de los brigantes, pueblo celta que formó parte de las invasiones procedentes de Hallsatt y que fue el único que habitó tanto en Gran Bretaña, como en las zonas de Irlanda y de la península ibérica».
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